miércoles, 31 de marzo de 2010

Un ejemplo de reconstrucción histórica


















A simple vista, nada indicaba que fuera un hotel. Más bien parecía un edificio de departamentos. Tenía cinco pisos, las ventanas grandes, las paredes limpias. Parecía habitado por familias decentes. Estaba en una calle de un barrio de clase media. Una calle con jardines y árboles medianos. Una calle, a fin de cuentas, tranquila.
En ese hotel estaba Rosa Córdova. Estaba con un muchacho. No muy alto, flaco, el cabello revuelto, acabado de salir del colegio. Un muchacho que había sido alumno suyo. Un muchacho que había descubierto en su clase de historia. Estaban tirados en la cama, desnudos, abrazados uno al lado del otro. Ella lo miraba de rato en rato, él dormía. Ella pensaba de rato en rato en muchas cosas, él dormía. Ella, divorciada, de rato en rato, veía el techo y resoplaba.

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Alberto Loza era profesor en San Marcos. Enseñaba Economía marxista I. También II y III. Muchos decían que era un verdadero genio. Se decían muchas cosas de Loza. Lo que se sabía con certeza era que había estudiado en San Marcos y en la universidad de San Diego. Y que había estado casado con una X. Todos reconocían a la mujer, pero no sabían qué era. No sabían qué hacía y menos qué había hecho. Eso la convertía en una X.
Lo que no era cierto, o lo que no estaba demostrado, era que Loza fuera un genio. Era un tipo inteligente. Pero no se sabía si un genio. Decían que había encontrado las falencias en la teoría de las mercancías de Marx. Decían que ese era el primer paso para establecer un nuevo paradigma en los estudios económicos. La verdad es que nadie supo si tal cosa fuera cierta porque por ese tiempo le cayó la desgracia a Loza. La desgracia en forma de mujer. Loza conoció a Inti.

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Parra estuvo en el colegio y nunca destacó en nada. Parra fue un alumno más bien mediocre. Pero las clases de historia le gustaban. Le gustaba encontrar las relaciones entre los hechos históricos y el contexto en el que sucedían. Cómo éste determinaba y casi exigía los sucesos. Parra tuvo un profesor que lo deslumbró. Todavía era estudiante universitario pero lo deslumbró. Le enseñó que nada en la historia, como en la vida, estaba originado por el azar. Parra se decía íntimamente que le gustaría ser como su profesor. Inteligente, serio, de fácil palabra. Parra descubrió, antes que nadie, que el universitario tenía algo con la otra profesora del mismo curso. Entonces quiso ser como el profesor.
Parra, en ese tiempo, estaba en tercero de media. La profesora enseñaba al último año. El profesor de Historia, sí, ese gran hombre tenía algo con ella. Parra recordaba que le enseñó que cada hecho histórico se explicaba por los anteriores, que todo era un ascenso dialéctico en el proceso de la evolución de las sociedades. Parra recordaba que esa explicación le causó furor. Se exaltó porque supo que lo que hacía ahora repercutiría más adelante. Que si decidía algo ahora, las consecuencias las cobraría dentro de cinco, diez, quince años, quién sabe.
Definitivamente el universitario, el deslumbrante profesor de historia, tenía algo con su colega. Con esa colega que estaba muy bien. Esa colega que, decían, no reía así nomás; por el contrario, todo le parecía tonto. Pero el profesor la hacía reír a carcajadas. Parra recordaba que le había explicado que el proceso histórico se vinculaba directamente con el desarrollo y modificación de las relaciones entre las clases sociales. Que, además, este desarrollo determinaba si el Estado y la sociedad caminaban en una misma dirección o si se enfrentaban. Parra pensaba, en ese tiempo, que el profesor conseguiría que las relaciones sociales con su colega vayan en una misma dirección. Después de todo, los hombres tienen el poder de definir su historia.
Entonces, Parra decidió, ahora sí con seguridad, que quería ser como el profesor.

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El calor en la habitación aumentaba. Rosa Córdova pensó que el hotel estaba mal ubicado: el sol daba de lleno en las ventanas de las habitaciones y se hacían irrespirables. Rosa Córdova veía al techo, resoplaba y pensaba. Dónde habría terminado lo uno y comenzado lo otro. Resoplaba. El chico que había sido alumno suyo dormía.
Lo conoció en la clase de historia en quinto año. Lo descubrió entre el montón cuando hizo una pregunta sobre la Reforma Agraria. Había hecho esa pregunta durante cinco años, los cinco que llevaba trabajando en el mismo colegio, en el mismo curso, y nadie la había respondido. La pregunta no era tan complicada. Cuáles eran los factores que determinaron la Reforma Agraria. Y nadie, en cinco años, había respondido. Hasta ese día en que conoció a Marco. Él levantó la mano y dijo que los factores eran las presiones ejercidas en dos planos: la guerrilla del sesenta y cinco y las acciones violentas en los andes del sur producidas por las comunidades indígenas. Por supuesto, la respuesta era parcial. Pero Rosa Córdova consideró que ya era algo.
Después, Marco no dejó de hablar en el salón. Y Rosa no dejó de prestarle atención. De alguna manera, se parecía a su ex marido.

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Inti era estudiante de Sociales en la Católica. Estudiante de Historia. Lo que más le gustaba a Alberto Loza, después de la economía. De hecho, en su tesis había analizado el discurso ideológico-económico de inicios de la República. Un trabajo que él había estimado como un paradigma de reconstrucción histórica. Y fue historia lo que entró a enseñar en un colegio secundario. Un colegio donde pasaron algunas cosas que, luego, supo que habían sido una serie de errores graves. En eso también servía la historia: todo acto presente determina el futuro.
Lo curioso era que Inti estaba interesada en la historia económica del Perú en los últimos veinte años. Ese giro tan extraño de la economía nacional luego de la caída del muro, le había dicho a Loza. Y también era curioso que estuviera en San Marcos para investigar. Definitivamente, el destino había lanzado los dados.
Le habían recomendado visitar a Loza que era un gran estudioso de la historia económica del Perú. Eso era aún más curioso porque Loza estaba mucho más dedicado, por esos años, a la reflexión teórica. Exactamente a la reflexión en la teoría económica marxista. Y llegó Inti preguntando por su tesis, paradigma de reconstrucción histórica, y preguntando por su autor. Entonces se encontraron, conversaron y Loza supo que algo iría a pasar. También supo que, esta vez, no sería un grave error histórico.

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De un momento a otro, Parra cambió de peinado. Y de forma de caminar. Por ahí alguno de sus amigos de clase le dijo que caminaba igual que el profesor de historia. Parra se sintió halagado. Y cuando le dijeron que hablaba igual que él, se sintió mejor. Marco Parra tenía muchas cosas en común con el profesor de historia. Solo le faltaba eso de “reconstrucción histórica” y listo. Solo faltaba saber qué significaba eso.
Parra se dedicó al estudio sistemático de la historia peruana y mundial en las clases de colegio. Fue por esa época en la que el profesor comentaba algunas cuestiones acerca de su tesis y sobre cómo era un verdadero ejemplo de reconstrucción histórica. También les explicó algo de teoría. Eso de la explicación racional de todo acontecimiento. Nada escapaba al método científico. El azar no existía.
Por esa misma época, Parra vio cómo su profesor de tercero de media se entendía con la de quinto. Vio cómo ella se reía con los comentarios, seguramente agudos y portadores de una erudición envidiable, del profesor. Vio cómo ella lo esperaba, sola, en la sala de ciencia histórica social. Vio cómo ella, transcurridos unos meses, pasaba su brazo por la cintura del profesor. Parra vio esto antes que cualquiera. Y lo vio porque los seguía. Al principio sin saberlo; luego, con obsesión.
Y con obsesión se dijo que, alguna vez, tendría una mujer como ésa.

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El calor de la habitación aumentó. Las cortinas cerradas y el sol cayendo de plano al interior. Definitivamente, el hotel estaba mal ubicado. Alguna vez escuchó decir a su marido, a su ex marido, que los arquitectos tenían la gran responsabilidad de pensar en cada mínimo detalle. Hasta en el sol. En ese caso, su marido hubiera dicho que el arquitecto era un inepto.
Pero ahora tenía el problema del calor en la habitación y del amante en la habitación. El amante que se había quedado dormido. Marco era muy jovencito. Había salido del colegio, apenas. No tan apenas.
Rosa Córdova hizo cálculos. Sacó la cuenta de todo lo que pasó. Las clases en el colegio. Aburridas. Luego el ingreso de un sanmarquino. Miradas de reconocimiento, saludos corteses, intercambio de palabras. Interés. Rosa Córdova quiso saber más de aquel sanmarquino economista, o estudiante de economía, que había llegado al colegio y que le hablaba apasionadamente de los inicios de la República. Las primeras salidas. Largas conversaciones sobre todo, porque con él se podía hablar de todo. Con seriedad y burla al mismo tiempo, síntoma de gran capacidad. Admiración. Una noche, después de unos tragos, un beso, y otro, y todos los demás hasta la mañana siguiente. Y así empezó la relación.

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El grave error histórico de Alberto Loza sucedió en el colegio. El colegio donde enseñó historia. Ahí conoció a su ex esposa. Tenía el cabello ondulado, igual que Inti. Las piernas largas, igual que Inti. Pero Inti tenía los pechos bronceados que a Loza tanto le gustaban. En fin, Inti tenía a su favor algo determinante: el mismo interés intelectual que Loza.
Así que Inti vino a solucionar el problema fundamental. El de la decisión, la toma de posición. Las cosas solo se precipitaron, de ninguna manera se produjeron. Alberto Loza, casado, sin hijos, economista por San Diego y por San Marcos, pero más por San Diego porque valía más, no era feliz. Se concentró en su nueva cátedra universitaria, la que le ofrecieron de regreso de Estados Unidos, en su trabajo teórico y dejó todo a un lado. Hasta que le cayó la desgracia. Era una forma de decir.
La visita de Inti preguntando por él liquidó el compromiso que tenía. Rosita entendería. Y si no entendía, no había mucho que hacer. La historia explicaría, luego, todo el asunto. La historia lo absolvería.

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Cuando llegó a quinto de media, Parra seguía siendo el mismo alumno que no destacaba en nada. Pero había aprendido algunas cosas de historia y se parecía al que había sido su profesor y que ahora era el marido de la actual responsable del curso.
La actual responsable del curso, la profesora Córdova, hizo una pregunta sobre la Reforma Agraria. El asunto era sencillo. Y desde entonces no dejó de hablar en clase. Parra se hizo amigo de la profesora. En algún momento ella le dijo que era un gran chico, muy inteligente. Parra creyó descifrar en eso un asomo de coquetería. Qué más, sino coquetería, sino una sugerente invitación. Casada con un gran hombre, era natural que se fijara en otro igual.

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Marco, entre sueños, cruzó una de sus piernas por sobre las piernas de Rosa Córdova. El calor se hizo infernal. Rosa Córdova quiso zafarse, pero no quiso despertarlo. Era tan jovencito. Aunque ya no tanto.
Siguió haciendo cálculos. Después vino el matrimonio. Y el viaje de él a la universidad de San Diego. Dos años. Recibió a la promoción de Marco en su clase de historia. Él volvió. Le propusieron enseñar en San Marcos y él aceptó. Pasó un tiempo más y todo dejó de ser lo que era. Aunque él dijo después que nunca fue lo que ella decía, Rosa Córdova fue feliz durante el matrimonio. Le pareció un tiempo precioso.
Los arquitectos habían diseñado mal ese lugar. Calculó que todo empezó con la aparición de la chiquilla esa, la historiadora. Y él que dejó todo, su trabajo, por un tiempo sus clases y se volvió un poco loco, un poco idiota. Porque los hombres se vuelven idiotas por una mujer más joven. Sólo importaba eso: que fuera más joven que ellos y que sus esposas.
Entonces, ella reencontró a Marco. Fue después de tanto tiempo y de forma tan casual que parecía imposible. Lo reencontró y le pareció muy parecido a su ex marido. Las cosas a veces se repiten sin explicación. Conversaron, le interesó y empezaron a salir. Ahora lo tenía con una pierna encima de las suyas, en la habitación más calurosa del mundo. En el hotel peor ubicado del mundo. Definitivamente, Alberto hubiera podido explicar esta situación absurda.

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Absolución. Él había querido a su mujer, pero así son las cosas, todo se acaba. Lo había dicho José José. Inti era la nueva etapa, tal vez la última. Finalmente, él sabía que cada cosa que uno hace prefigura lo que hará.
Alberto Loza pensó que, visto así, nada justificaba la aparición de Inti. Aunque tal vez sí. Pensándolo bien, era lógicamente posible. Su trabajo historiográfico y su por entonces obsesionada labor determinaron los grandes sucesos.
Volvió a pensar: visto así, nada explicaba que lo mencionaran aún como un gran estudioso de la historia económica del Perú. Todos sabían sin excepción que estaba dedicado al estudio del marxismo. Y que enseñaba economía marxista. Todos esperaban su palabra al respecto. Alberto Loza, sacudió la cabeza. Había muchas cosas que quedaban sin explicar. Pero, pensó que, si reflexionaba sobre todo, nunca llegaría a ninguna conclusión. Era mejor dejar las cosas como estaban y que todo camine. La historia hacía su camino así.

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La última ley de la ciencia histórica, la que su profesor nunca le enseñó, era que para las mujeres la historia no siempre es un ascenso ininterrumpido. Parra la descubrió cuando reencontró a Rosa Córdova. Cuando conversaron, cuando salieron por primera vez, cuando ella le mencionó, entre otras cosas, que se parecía a su marido, a su ex marido, Parra entendió que en las mujeres la historia es circular. Por lo menos en algunas mujeres.
Así Parra hizo su primer descubrimiento académico. Y logró lo que tanto quiso: una mujer como ésa.

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Un par de años más tarde, Alberto Loza, magíster en historia económica por la Universidad de San Diego, publicó su primer libro de teoría. No era sobre las tesis de las mercancías de Marx como muchos esperaban. Ni siquiera era de economía. En el libro, Loza defendía la idea de que el azar es uno de los factores que construyen la historia de la humanidad.